La boda de Sandra y Ander en Madrid, Madrid
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S&A
10 Mar, 2017El día de nuestra boda
Lluvia. Viento. Frío. Las nubes grises cubrían el cielo. El agua caía a borbotones. Los invitados pasaban frotándose las manos. "Quiere dejar su abrigo, señora?"- indicaban los organizadores. "¿Dejar el abrigo, con la que está cayendo?, quita, quita".
El lugar de la ceremonia era un precioso invernadero, con las paredes y techos acristalados. De las vigas de madera colgaban unas plantas de verdes y rojizos intensos, a juego con las flores de las macetas altas en hierro forjado que adornaban ambos lados de la mesa central, donde en el respaldo de dos sillas solitarias colgaban los carteles de Mr. y Mrs. invitando a sentarse allí sólo a los más importantes. En pie, en el centro, mirando de un lado a otro, como esperando a alguien, destacaba un joven con traje negro, chaleco gris perla, y un brillo especial en los ojos. "¿Nervioso?" Le decían todos. "Bueno..." contestaba él, mirando al cielo e imaginando a una mujer vestida de blanco... mojándose con el chaparrón.
Pero ya eran más de las 18.30 y ella no aparecía. Las familias, que nunca se habían visto, se presentaban. Los niños jugaban con los pomperos y pétalos reservados para más tarde, los teléfonos tomaban las primeras de muchas fotografías. Y entonces, la música comienza a sonar, y como si alguien en el cielo que no pudo estar ese día hubiese conspirado, las nubes se abrieron, y tras de sí los rayos de sol iluminaron la entrada. Una princesa con capa blanca y ramo de helechos se deslizaba por la alfombra color burdeos, como flotando alrededor de su larga cola blanca. El silencio lo ocuparon las miradas emocionadas de unos, las lágrimas de otros y el asombro de casi todos. Especialmente del joven, al que ahora le brillaban los ojos... y la sonrisa.
Seguir leyendo »A partir de ahí, todo fue una sucesión de emociones. De lecturas emotivas, en las que poco importaba ya el maquillaje de ellas o la absurda hombría de ellos. De recuerdos a los que ya no estaban pero sí estaban. De votos entre ella y él, prometiéndose cosas preciosas que los nervios les harían olvidar al cabo de poco.
Muchas emociones, muchas enhorabuenas, muchas risas y fotografías que después verían y no recordarían, incapaces de almacenar tantas cosas bonitas concentradas en tan poco tiempo. Un beso, que no fue el mejor entre ellos, rodeados como estaban de tanta gente, pero sí el más importante que nunca que se habían dado. Dos palabras, que se habían dicho muchas veces, pero que nunca significaron tanto. "Sí, quiero".
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